viernes, 16 de agosto de 2013

Aparece en la puerta
oculta bajo el velo de la penumbra

Los ojos centellean.
Desprenden la luz que la guían hasta mi
abriéndose paso en la ignota oscuridad.

El cabello de azabache trenza su camino tras de si
y besa y se entreteje en la pálida noche.

Se desliza suave y silenciosa,
los pies descalzos, dulces, puros,
sembrando de rosas un sendero de anhelo.

Me hallo yaciente en un lecho de rocas
con una amapola abierta en el pecho
y un suspiro cálido en mi boca.

La espero, pero no llega.
La busco a tientas en las tinieblas de mi alma,
pero no la encuentro.

Se ha desvanecido como un susurro clandestino.

Se cierra la amapola mía
a la espera de un nuevo rayo de luz,
de esperanza y desasosiego.

Palpita muy dentro de mi, aguardando, perseverante,
que la abran con ternura y amor desmesurado.

Ella me contempla desde el umbral de mi ser,
confundiéndose en la niebla que brota de mi voluntad torcida.

El rocío de sus ojos baña sus pies vírgenes
formando un estanque de clarividente revelación.

Hoy no es el día, ni la noche
de la claudicación,
pues la redención aún me pertenece.

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